martes, diciembre 27, 2011

el espejismo de la sangre


Mira a tu primo. O a tu hermano. O a tu tía. Mira a tu otro primo. Puedes encontrarles todas las similitudes que quieras. Si las buscas, las acabarás encontrando. Si te apetece considerar que es genético, que es porque compartís la misma sangre... pues vale; cada cual cree lo que quiere creer.
Quizá es porque siempre he sospechado que en la maternidad se confundieron y me pusieron en una cesta equivocada que no era la que me correspondía. O que mi empeño voluntario ha ejercido más influencia en lo que hoy me caracteriza que lo heredado. Uno nace y después se hace. No comparto ni los repudios ni los amores incondicionales basados en la sangre. Me da igual si es azul o beige, si es judía o árabe, si es mil-leches. Cualquiera que haya dedicado algún tiempo a alguna tarea creativa y se haya cobijado en las analogías para predisponerse, sabe por experiencia que siempre es posible establcer similitudes no importa entre qué cosa y cualquier otra. Visto así, desde luego que es posible encontrar cosas en común con cualquiera. Incluidos tus familiares.
El espejismo de la misma sangre es otro más de los posibles. A unos porque les hace ilusión ("ilusión" es la palabra, precisamente), a otros porque así se permiten explicarse cosas de sí mismos, que atribuíbles a la herencia genética, les descargan de la responsabilidad que deban tener ante eso que les abruma u ocupa o les entretiene.
Mientras cada vez son más los que cuestionan la institución de la Monarquía, no son ni la mitad los que aún sustentan rasgos, se autoexplican cosas, y se justifican todas las que pueden basándose en los rasgos de carácter y las propensiones que supuestamente les impulsa la misma sangre. Gaitas. Con todos mis respetos, gaitas. Y además qué importa. De lo que se trata es de qué quieres estar hecho, qué quieres ser, adónde quieres ir. El punto de partida importa relativamente poco y siempre es aleatorio, azaroso, casual, en cualquier caso independiente de tu voluntad o tu capricho. Con lo que sea que eso sea, toca jugar tu juego, vivir tu propia vida. Más allá del pasatiempos de emplear algunos momentos con familiares (como ahora que es navidad y no me explico qué tendrá que ver el solsticio de invierno con la familia ni con el niño Jesús para que adopte niveles de pandemia costumbrista plagada de compulsivos excesos turroneros, etílicos, de grasas y de colesterol, que mejor repartidos a lo largo del año nos cundirían más), salvo para entretener el rato entre familiares calibrando colores de ojos, matices del cabello, gestos, y proclividades, me sirve de bien poco todo lo supuestamente atribuíble a los rasgos de sangre. Pero comprendo que muchos se refugien en su amparo. Puede que en realidad les asuste averiguar de qué serían capaces si mandaran a hacer puñetas todos los condicionantes familiares y se dispusieran a vivir como perfectos hijos de orfanato.

No hay comentarios: